Comienza «Thelma» con uno de esos comienzos que es dificil de olvidar. Un hombre y una niña caminan por la nieve en un bosque precioso e idílico. El hombre lleva una escopeta y en un momento dado encuentran un ciervo. Lo que sucede a continuación no es exactamente lo que pensaríamos que podría pasar a continuación. Y ahí lo dejo, pero esas imágenes que nos dejan congelados van a significar mucho en el metraje que resta de película.
Tiene Joachim Trier una habilidad especial para crear atmósferas muy especiales en lo cotidiano. Lo veíamos en aquella maravillosa película, «Oslo, 31 de agosto», por ejemplo, en aquella escena de la cafetería en la que los sonidos de ambiente cobraban una importancia casi orgánica.
En «Thelma» Joachim Trier nos obsequia con muchos momentos de esos. Podríamos definir a la película como de género fantástico, si no fuera porque lo que le sucede a Thelma, su protagonista, nos resulta bastante cercano y reconocible, por más que todo lo que le sucede, sea en condiciones digamos «fantásticas». Pero desde luego, tampoco es una película más del género «comning of age».
Thelma tiene un don, o una maldición, según se mire, que Joaquim Trier se encarga de desvelarnos con una sabia dosificación. De modo que si el director da esa información a espectador sin prisa, pero sin pausa, no seré yo quien lo estropee aquí creyéndome más listo que él. Lo que está claro es que Thelma está en una edad complicada, que ha tenido unos padres muy protectores, y que se siente atraída por una compañera de la universidad. Las pulsiones sexuales son evidentes, y la represión, y la presencia de un padre amoroso hasta extremos que nos hacen pensar lo que puede que no sea. Y suceden cosas que parecen tener relación con los estados emocionales de Thelma.
Una estructura narrativa no lineal le sirve al director para ir dándonos esa información que va dando forma al puzzle que es esta historia, que si, que ciertamente en ocasiones nos puede recordar a «Carrie» y en ocasiones desprende un aroma a la reinvención de lo fantástico que supuso «Déjame entrar». Pero desde luego «Thelma» no nos produce en ningún momento una sensación de «dejá vu» por más que sintamos los aromas de algunas cosas. Esa es la virtud de Joachim Trier, que rueda de forma primorosa, demostrándonos que en el cine no es tanto lo que se nos cuenta, sino como se nos cuenta, o sea la forma y el fondo. Y la forma de Joachim de exquisita, nunca gratuita, ni se sirve de los muchos golpes de efecto que una película de este tipo podría tener en manos de alguien menos capaz y talentoso.
Casualidades del destino, antes de escribir estas reflexión sobre «Thelma», he vuelto a ver por otros motivos «El manantial de la doncella» y «Como en un espejo» de Ingmar Bergman. Y cierto es que en una más que buena parte del cine de Ingmar Begman hay una componente fantástica que él supo poner en imágenes de forma ejemplar, sin efectismos, pero de un modo tremendamente impactante, con un inusual uso de la cámara, el espacio, la luz y los sonidos. Joachim Trier se encarga de recordarnos que dirigir una película es algo más de lo que muchos nos tienen acostumbrados.
Algo del espíritu de Ingmar Berman tiene «Thelma», pero con aliento propio. Hace ya mucho tiempo que Joachim dejó de ser el primo de Lars, y mientras el provocador danés va dando más que hablar por sus boutades que por su cine últimamente, su primo noruego nos lo dice todo desde las imágenes de sus películas, como quien no quiere la cosa, de forma discreta y sutil, remitiéndonos al universo tanto de Ingmar Bergman como de Dreyer, o del mismo Hitchcocok, en una historia de amor y terror envuelta en la forma de un relato de adolescencia desencajada. Y fantástica, en el sentido más convencional del término, Eli Harboe, su protagonista.
En la Isla de Faro, recién empezada la primavera.
24 de Marzo de 2018
@Gerardo_DDC
(continaurá…)
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