Llueve a cántaros, como decía la canción que tenía que llover, pero, ya está bien, ¿no? Acabo de llegar a casa de un intento de paseo matinal con Foxy y Golfo, mis perros, y aunque me he ataviado como dictan los cánones, un impermeable hasta más allá de las rodillas y unas botas «de agua» a los 10 minutos he tenido que volver del diluvio que caia. Eso si, los pertrechos han permitido que al contrario que en otras ocasiones, no haya vuelto empapado.
Llueve, y no llueve mansamente que digamos. Oía sonar el agua en la capucha del impermeable y no podía dejar de pensar en aquellos astronautas de uno de los capítulos de «El hombre ilustrado» que estaban en un planeta donde no paraba de llover, y tenían dos alternativas: o bien se quitaban el casco, con lo que el continuo golpear del agua en sus cabezas los volvía locos, o bien se lo ponían, y entonces, en continuo golpear del agua en los cascos provocaba un ruido machacón que los volvía locos.
Llueve, y no llueve mansamente, como salmodiaba Cela en «Mazurca para dos muertos». Llueve insistente y violentamente, un día tras otro, con apenas unos ratos de aparente tiempo primaveral que parecen destinados a engañarnos.
Llueve real y metafóricamente. Esta semana ha habido un auténtico diluvio, y recordaba a Travis, en «Taxi driver» hablándonos en off diciéndonos aquello de que esperaba que algún día la lluvia limpiases las calles de escoria. Ha llovido y se ha llevado por delante un gobierno que ni siquiera sabe porqué llueve. O dice no saberlo. O piensa que por negar que lo sabe, lo que sabe que sabe, no sucedió jamás. Es freudiano. Pero también peligroso. Negar la realidad es más que un juego de niños. Lo que no se es si a esa lluvia, como un torrente, que se ha llevado un Gobierno, le seguirá una lluvia de barro, cual si de una plaga bíblica se tratase. O si escampará. «Vivir es fácil. con los ojos cerrados sin entender lo que ves» Esto era un verso de «Strawberry fields forever» y parte del título de la película de David Trueba. Y es algo que se repite una y otra vez en unos y en otros. Dejar de sentir el suelo bajo los pies es peligroso. Suele ir unido al síndrome del traje nuevo del emperador.
Llueve, y me acuerdo de aquel «Lluvia» de Lewis Milestone, y de «Huracán sobre la isla» de Jord, y de «Entre pillos anda el juego» y como a Dan Aykroyd, parecía que ya no podía pasarle más y se ponía a llover.. y más…
Pero también es cierto que me acuerdo de ese formidable remedio contra la tristeza que es «Cantando bajo la lluvia». Hay esperanza. Más si sabemos que Gene Kelly rodó esa escena en julio con 40 de fiebre.
Llueve, y recuerdo canciones como «Rail», ácida, o «it´s raining again», luminosa, o aquel «Who´ll stop de rain» de Creedence Clearwater Revival que era mucho más que una canción…(y título de una película de Karel Reisz)
Y yo, como Tom Fogerty aunque sin su voz y su guitarra, me digo y os digo también…
And I wonder… Still I wonder.. Who´ll stop the rain?
PS. esta semana se estrena ese Don Quijote de Terry Guilliam. Sería imperdonable perderse una película heterodoxa y genial que huye de cualquier convención y camino trillado para poner al Quijote en el siglo XXI en plena forma. En el mundo sobran gigantes, o molinos de viento, y faltan muchos Quijotes. Y Sanchos Panza también que son aquellos que debieran decirle al Emperador que va desnudo, en lugar de decirle lo bien que le queda ese traje inexistente. Pensar que cuando Camarón cantaba «La leyenda del tiempo» no sabía que es lo que quería decir también nos consuela, y su estupendo documental que se estrena esta semana.
En El Planeta Lluvia
1 de junio de 2018
@Gerardo_DDC
Who´ll stop the rain?
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